viernes, 8 de octubre de 2010

Dele un caldo de gallina

En una calle de Granada, se encuentra fray Leopoldo con una mujer que lloraba sin consuelo. Los médicos le habían asegurado que su marido no tardaría en morir. Se acercó al fraile y le contó todas sus penas, contándole además toda la grave enfermedad que aquejaba a su esposo.
El buen fraile la escuchó en silencio. Siempre escuchaba todo lo que los demás tenían que decirle, aunque sólo fuera para hacerla soltar cuanto de pena llevaba en su interior. Cuando la mujer hubo terminado de hablar, fray Leopoldo le dijo que rezase con él tres avemarías y, finalizado su rezo, se despidieron. Cuando ya se habían separado unos pasos, fray Leopoldo llamó a la buena mujer y le dijo:
Mire usted. Yo recuerdo que, en estos o parecidos casos, mi madre que en gloria esté, siempre nos daba un caldo de gallina que, según ella, levantaba a los muertos de su sepultura. Dele usted a su esposo una buena taza y verá cómo se encuentra mejor.
La mujer corrió a su casa, le preparó al marido una buena taza de caldo de gallina y se la dio a tomar. Varios días después, el marido era dado de alta. Cuando el Siervo de Dios se enteró de la buena noticia, comentó simplemente:
Me alegro mucho. Es que nadie cree en los muchos poderes que tiene un buen caldo de gallina.
Por José Luis Arranz Ramos

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